Capítulo 30
—…¿Es por qué ha pasado tiempo? ¿Por qué no puedes quedarte quieta?
Una voz baja llegó a través de la oscuridad. Sonaba ligeramente ronca.
Ésta provocó en Enya una extraña sensación, calentando aún más su cuerpo. Se mordió el labio para evitar que escapara algún otro sonido.
Recibiendo el toque de Tarhan, que en silencio masajeaba sus piernas, Enya giró la cabeza y trató de obligarse a dormir. Aún así, estaba un poco avergonzada de estar pensando en acostarse con él cuando el hombre se estaba tomando el tiempo para masajear sus piernas sin perder el aliento.
«Tarhan debe estar muy cansado…»
Enya cerró los ojos con fuerza mientras enterraba su sonrojado rostro en la almohada. Pero cuanto más pasaba el tiempo, más extraño se volvía su cuerpo. Todo lo que tocaba parecía estar ardiendo. Al final, un gemido caliente escapó de sus labios y Enya se retorció inconscientemente.
En ese momento, la mano de Tarhan que sostenía su pantorrilla ejerció demasiada presión.
—¡Ah!
Cuando Enya gritó ante la insoportable sensación, soltó su pierna de inmediato.
—Lo siento, ha pasado tanto tiempo que no puedo controlar mi fuerza.
Estaba tan nervioso que volvió a acercarse de nuevo, diciendo que lo sentía antes de barrer su cabello y presionar sus húmedos labios en su mejilla. A pesar de que estaba un poco nerviosa por la anticipación, temiendo que esta vez metiera sus manos entre sus ropa, el toque de Tarhan se resumió a eso.
—No debí haberte despertado. Descansa un poco más.
Dijo mientras acariciaba su espalda. Notando la rigidez de su mano, Enya cerró los ojos sintiendo una extraña sensación de insatisfacción.Tarhan no la tocó más, sino que se acostó a su lado y pareció dormir.
Inevitablemente, Enya se obligó a cerrar los ojos, clavándose en su costado. Sin embargo, la insatisfacción no desapareció por un tiempo y la mantuvo dando vueltas toda la noche. Cuando despertó de nuevo, las hierbas que habían sido esparcidas en sus pantorrillas y en sus piernas habían sido limpiadas y sus tobillos hinchados estaban como nuevos. Miró a su alrededor con las mejillas sonrojadas en busca de Tarhan, que debería estar durmiendo a su lado con el torso desnudo.
Pero él ya no estaba allí.
«…También salió temprano hoy.»
Tuvo una extraña sensación de pérdida.
Enya se levantó y se estiró para ocultar la decepción. Pero había algo sobre la mesa. Eran frutas frescas que habían sido cortadas en pequeños trozos fáciles de digerir. Su corazón floreció en el momento en que lo vio. No había necesidad de pensar dos veces en quien lo había hecho.
Olvidando la idea de saltarse el desayuno, se acercó a la mesa y colocó en su boca la fruta que había sido cortada.
Le conmovió el hecho de que dejara algo para ella a pesar de su apretada agenda. Al mismo tiempo, no pude evitar extrañarlo insoportablemente, a pesar de haberlo visto brevemente la noche anterior.
A medida que pasaba el tiempo, sólo estaba más ocupado. Había pasado mucho tiempo desde que los dos tuvieron tiempo para hablar un rato, así como para embriagarse en el calor de sus cuerpos tanto como lo habían hecho en el pasado.
«Olvidé preguntarte si estaba bien ir a la ceremonia de purificación del Bosque de Nervana...»
Pensó desesperadamente, tragando la fruta pasando por su garganta. Se había vuelto muy difícil ver el rostro del hombre ya que llegaba cuando ésta dormía.
—Hoy...dijo que había una reunión de la alianza.
El regimiento había instalado una gran tienda de campaña cerca del sitio rocoso en Aguilea y la estaban utilizando para llevar a cabo sus reuniones.
Allí, el sublider Tarhan, Serbia y su hijo mayor Gernan, así como Avisak de Perugia, Kiyan, Yaru, Lehijin del bosque de Nervana y un sin número de otras grandes y pequeñas fuerzas de las Grandes Llanuras, se reunían para discutir estrategias tácticas.
Excepto en los primeros días cuando se reunieron las fuerzas aliadas, Enya no apareció en el sitio rocoso. Estaba claro que interferiría si andaba merodeando por ahí para ver el rostro de Tarhan sin ningún motivo en particular.
A pesar de que no trabajaba proveyendo suministros para la guerra en el taller tal como otras mujeres, iba y venía constantemente entre el campo de hierbas medicinales y el centro de tratamiento de Piache, ayudando a cultivar y recolectar hierbas medicinales en el jardín de la abuela al punto de provocar salieran callos en sus manos. El arduo trabajo la ayudó a deshacerse de malos pensamientos y le permitió conocer gente nueva del Bosque de Nervana.
«…Si voy a la hora del almuerzo, podría ver el rostro de Tarhan»
Entonces, se le ocurrió que podría tener algo de tiempo para charlar brevemente con él.
Eso solo hizo que Enya sintiera una extraña euforia.
Por supuesto, era absurdo sentirse feliz en una situación como esa. Las Grandes Llanuras estaban en guerra, por lo que ahora incluso los escasos momentos en los que podía hablar con él se sentían tan preciosos. Lo extrañaba muchísimo y deseaba desesperadamente pasar tiempo con él.
Ni siquiera sabía cómo había pasado el día. Como siempre, la abuela Piache obligó a las mujeres que fueron movilizadas al campo de hierbas medicinales y al centro de tratamiento a realizar un duro trabajo.
—Vamos, apresúrense. ¡Si no quieren ver a sus hombres y a sus hijos e hijas morir desangrados en el campo de batalla, pónganse a trabajar ahora mismo!
Piache, como una persona poseída por un demonio de las hierbas, movilizaba la mano de obra frenéticamente e incluso exigía que los ancianos le otorgaran más trabajadoras, aumentando el tamaño de los campos de hierbas medicinales.
Enya, que normalmente trabajaba con Ihita bajo la instrucción de Piache, esta vez tuvo que trabajar por su cuenta. Fue porque Ihita estaba entregando unos recados de parte de la abuela Piache. No solo eso, sino que la gente del Bosque de Nervana, que siempre husmeaba alrededor del taller, tampoco había aparecido hoy.
Al final, tuvo que concentrarse en su trabajo durante más de medio día sin hablar con las demás.
Por mucho que los campos estuvieran bajo el mando de Piache, las mujeres recién movilizadas también eran aguileñas hasta la médula, por lo que todavía temían que fuera contagioso el solo mirar a Enya. Piache también tenía demasiado trabajo como para concentrarse en Enya.
Eventualmente, Enya arrancó malas hierbas, plantó y cosechó hierbas medicinales hasta que su espalda dolió. Se esforzó tanto sin siquiera tener tiempo para limpiar adecuadamente el sudor que goteaba de su frente.
El taller sin Ihita proporcionaba un entorno en el que no tenía más remedio que concentrarse en su trabajo. Enya trabajó en silencio sin quejarse.
Finalmente había llegado el mediodía que tanto había esperado.
Enya quería ir rápidamente al pozo para deshacerse de su ropa sucia y refrescar su cuerpo. Pero cuando llegó, ya había varias mujeres reunidas allí. Reunidas en grupo, saciaban su sed, lavaban sus cuerpos y cabellos mientras reían y charlaban entre ellas. También habían mujeres de otras tribus, tal como Perugia.
Enya no pudo evitar mirar con envidia a las mujeres que, naturalmente, comenzaron a entablar una amistad con las aguileñas bajo el terreno común de la guerra frente a ellas.
Cuando Enya se acercó sigilosamente, una de ellas retrocedió sorprendida.
Incapaz de ocultar su amargura, Enya tuvo que darse la vuelta fingiendo buscar solo saciar su sed. Por mucho que hayan cambiado las circunstancias, la hostilidad de las mujeres aguileñas hacia Enya no desapareció. Todavía la miraban como si fuera un insecto mientras se acercaba cojeando al pozo. Como si su sola presencia fuera de lo más repugnante, se cubrieron la nariz y boca e incluso algunas volvieron la cabeza con disgusto, como si la cojera de su pie izquierdo fuera contagiosa.
Cuando las mujeres de Aguilea mostraron tal actitud, incluso las otras mujeres tribales, a quienes inicialmente no les importó su condición, comenzaron a evitarla. En tal círculo vicioso, las únicas personas que hablaban con naturalidad y pasaban el rato con ella eran Ihita, que tenía una personalidad excéntrica tal como la abuela Piache, que solo sabía de trabajo y hierbas medicinales, y los habitantes del Bosque de Nervana, que no se llevaban bien con ninguna otra facción y actuaban de forma independiente.
Se vio obligada a recorrer un largo camino para utilizar el pozo cerca de la cabaña donde vivían ella y Tarhan. El pozo era el que Tarhan había cavado cuando construyó su cabaña por primera vez. Allí, Enya era libre de usar el contenido del pozo hasta saciar su corazón.
Después de lavarse rápidamente y ponerse ropa limpia, Enya empacó bocadillos ligeros para compartir con Tarha, una lonchera que había preparado con anticipación.
Era una combinación de arroz mezclado con mijo y cebada, envuelto en hojas secas de palma y atado con paja. También añadió trozos grandes de carne a la porción de Tarhan.
Enya tomó la lonchera con el almuerzo y salió rápidamente de la cabaña.
Por supuesto, no fue hasta mucho más tarde de lo que pensaba que logró recorrer la distancia hasta el punto de reunión donde se llevaban a cabo las reuniones de la alianza, cerca del gran sitio rocoso.
«…Tarhan, ya debe de haber almorzado.»
Enya no pudo ocultar su malestar mientras cojeaba hacia la tienda de conferencias. En momentos como este, no podría estar más resentida por sus pasos, que eran tres o cuatro veces más lentos que el de los demás.
«No. Es demasiado tarde.»
A la hora del almuerzo, la tranquila tienda de conferencias estaba repleta de gente. Era bien pasada la tarde, por lo que las antorchas ya habían sido encendidas.
Enya se movió con cautela por el área donde los centinelas estaban parados junto con sus lanzas. Allí, los ancianos de cada facción de las Fuerzas Aliadas estacionados en Aguilea y los guerreros que vinieron para escoltarlos hablaban de esto y aquello, cada uno de ellos con expresiones sombrías y severas en sus rostros. Debía estarse llevando a cabo una reunión acalorada dentro.
Como era de esperar, una voz muy familiar provino desde el interior de la gran tienda de campaña. Era una voz casi cercana a un grito.
—¡El sacrificio a la diosa Aguilea es un ritual que se ha llevado a cabo antes de todas las guerras desde la antigüedad! ¡Omitir esa ceremonia ahora, Tarhan, estás completamente loco!
La feroz voz de Serbia resonó desde el interior de la tienda.
Cuando los gritos llegaron desde adentro, los otros ancianos, que habían estado charlando fuera de la tienda y esperando que los altos funcionarios terminaran de hablar, se apresuraron a reunirse en la entrada, uno por uno.
A pesar de estar familiarizada con el grito de Serbia, el cuerpo de Enya tembló sin saberlo. Abrazó contra su pecho la lonchera que sostenía en brazos. Afortunadamente, a nadie pareció importarle que hubiera pasado entre los guardias y se adentrara un poco a la tienda de campaña.
—Serbia, ¿crees que las Fuerzas Aliadas de Aguilea son tan precarias como para estar sujetos a rituales tan anticuados?
Enya sintió su corazón saltar ante esa voz.
Era la voz que más había extrañado en los últimos días…
Era Tarhan.
Traducción: Claire