Capítulo 22
—¿Él confía en mí? ¿El sublíder?
Aún así, Ihita preguntó una vez más.
Su expresión se volvió inusualmente satisfecha después de escuchar la entusiasta confirmación por parte de Enya.
No había razón para sentirse ofendida por la confianza del segundo al mando de la tribu que hacía poco había alcanzado la cima del poder y se encontraba actualmente en el apogeo de su vida.
—Por cierto, Enya, ¿por qué tienes el cuello tan lastimado de nuevo…?
Entonces preguntó mirando el cuello de Enya, el cual había estado observando con intriga durante un buen tiempo.
Aquello había estado inquietándola. Le había llamado la atención desde antes debido a las marcas rojas en la parte posterior de su fino y blanquecino cuello, al punto de irritarle los ojos.
Ihita continuó rápidamente con una sombría mirada.
—¿Hay muchos insectos en la cabaña? ¿Puedo darte algunas hierbas?
¿Qué clase de insecto estacional había estado mordisqueando ese bonito y fragante cuello para dejarlo en tal estado?
Ihita chasqueó la lengua.
Incluso había visto algunas marcas parecidas en el cuerpo del sublíder. Ihita había pensado que se estaba preocupando demasiado, así que los dejó en paz hasta que las picaduras de los insectos empeoraron. La piel de esta mujer era tan blanca como si nunca hubiera recibido la luz del sol y ahora habían manchas que continuaban no solo en su cuello sino también en el camino que bajaba hacia su pecho como si alguien la lastimara constantemente.
—Oh, por los dioses. Debes tener picaduras hasta en el estómago. Quítate la ropa. Te pondré un ungüento.
Ihita levantó un poco la ropa de Enya sin que ésta pudiera siquiera pensar en escapar, pero cuando vio que, al igual que la parte de atrás de su cuello, su blanco cuerpo estaba lleno de marcas rojas, retrocedió presa del pánico. Rápidamente recogió el contenido de la canasta que había traído consigo.
Enya parecía sorprendida pero volvió a colocar su ropa en su lugar para luego agitar las manos rápidamente al verla reaccionar de esa manera.
—¡No! No, estoy bien. No me picó ningún insecto. ¡Es solo sarpullido...!
El rostro de Enya, que había sido de un blanco casi transparente, se había puesto tan rojo como un recipiente de barro hirviendo en un horno caliente, mientras afirmaba con insistencia que no eran picaduras de insectos.
Ihita se quedó sin palabras por un momento. El rostro de Enya estaba tan enrojecido que no le quedó de otra que mirarlo, fascinada.
—¿Sarpullido? También existen hierbas para sanar el sarpullido. Solo quitate la ropa. Uh, ¿también en las piernas?
Habían marcas similares en los muslos blancos que quedaban al descubierto debido a la abertura de la falda larga, marcas tan gruesas que nunca podrían confundirse con otra cosa. ¡Era increíble lo mucho que esos insectos habían mordido todo su cuerpo! Ahora con certeza, Ihita agarró a Enya y se la llevó a rastras.
—¡Tienes que tratarlo a tiempo! Me ocuparé de ti.
—¡No! ¡No! ¡Ihita, realmente estoy bien! ¡No siento ningún dolor en absoluto! ¡Desaparecerán rápidamente con el tiempo! ¡Realmente estoy bien, así que...!
Con los ojos abiertos de par en par, rechazó la ayuda ofrecida por Ihita. Lucía demasiado linda tratando de evitar que le bajara la falda hasta los tobillos mientras se apretaba la blusa firmemente contra el cuerpo. Incluso siendo mujer, el interior de su garganta picó de manera extraña al ver aquello.
No tuvo más remedio que rendirse pues Enya lucía muy avergonzada y parecía estar a punto de llorar.
Al escucharla decir que era sarpullido, Ihita concluyó que era algo que le ocurría a menudo, pero se preguntaba si podría ser un síntoma temprano de una enfermedad de la piel.
«La abuela Piache también dijo que Enya es diferente de otras mujeres aguileñas, pero es una paciente que no puede ser aliviada de ninguna forma.»
Ihita miró a Enya, preocupada.
—Aún así, hablaré con Tarhan al respecto. Sospecho que puede ser un síntoma de alguna enfermedad cutánea. No podrá culparme si empeoras más adelante.
Ihita se cruzó de brazos y regañó a la terca paciente tal como lo haría un curandero.
Enya respondió con el rostro enrojecido.
—¿Eh? A-ah…
El mencionar que hablaría con Tarhan pareció dejarla más alterada. Su rostro, que Ihita juraría no podría sonrojarse más, aumentó de tonalidad.
Enya movió los labios como si estuviera pensando en decir algo pero finalmente pareció darse por vencida.
Solo la observó con las mejillas sonrojadas, e Ihita tuvo la extraña sensación de que de alguna u otra manera Enya la estaba tratando como a una niña. Se sintió mal de inmediato. Solo había intentado convencer a Enya para que la dejara tratar esa extraña condición de su piel. Otros miembros de la tribu estarían aterrorizados solo de imaginar estar en la misma situación, sin embargo Enya solo había negado con la cabeza y no parecía asustada en lo absoluto.
Definitivamente ella era la mujer del sublíder tribal, tenía un valor extraordinario. Ihita pensó aquello mientras observaba al paciente que no temía en lo más mínimo a sus amenazas.
Su apetito cambió después de tal conmoción. Ihita probó el estofado de soya que Enya había traído consigo.
—Oh, esto es delicioso. Bueno, de todos modos tengo algo que decirte.
No pudo continuar con el hilo de sus pensamientos pues seguía degustando aquello que había puesto en su boca.
Vaya, la comida de este hogar era realmente buena. Ihita alguna vez había pensado que Enya era solo una mujer extraña a la que el sublíder tribal amaba, pero todos los aperitivos que esta ofrecía cada vez que Ihita venía eran perfectamente acorde a su gusto.
«Esta debe ser la razón por la que cada vez que llega la hora del almuerzo el sublíder intenta regresar a su hogar de alguna u otra manera ...»
Era normal comer al aire libre mientras se llevaban a cabo las negociaciones, pero Ihita nunca había visto al sublíder comer con sus hombres.
—Ihita, tenemos más aperitivos. ¿Quieres probar? Este está salteado con aceite de maní...
Además, siempre era ella la que le ofrecía comida primero, por lo que no había forma de que pudiera negarse. Se preguntaba si ésta tenía el extraño pasatiempo de ver a otras personas comer mientras hablaba de cosas triviales, pues se veía realmente feliz. Seguía emocionada y recomendándole esto y aquello, pero a Ihita eso no le incomodaba.
—Esto también está delicioso.
—Oh, ¿de verdad...? Fue hecho por Tarhan.
Ante las palabras de Ihita, Enya cerró los ojos en media luna y respondió con una sonrisa. Sus mejillas se encendieron y su expresión floreció. Era como si estuviera feliz de encontrar a alguien con quien compartir tal información.
Ihita casi escupió el aperitivo en la cara de Enya al escuchar esas palabras.
—¿El sublíder… preparó esto?
Ihita preguntó pareciendo haber perdido la respiración ante la imagen del sublíder rompiéndose en mil pedazos. Trató de calmar sus pulmones conmocionados. Entonces detuvo a Enya, quien estaba a punto de responder, y negó con la cabeza.
—Ah… no tuve que haber preguntado. Realmente no quiero saber.
Cuando el cuenco de Enya mostró el fondo del recipiente, y habiendo terminado de conversar, Ihita endureció el rostro y permaneció frente a Enya con las piernas cruzadas. Enya, a su vez, se sentó allí tranquilamente con una mirada bastante solemne.
—Hmm. Iba a quedarme un poco más pero ya ha pasado mucho tiempo.
—Puedes quedarte un poco más.
Su boca se abrió ante la inmediata respuesta, pero rápidamente la cerró una vez más.
Enya sintió pena pues su joven amiga parecía estar preparándose lentamente para partir. Como para quitarse la amarga sensación que eso le dejaba en la boca, envolvió en hojas secas más aperitivos de los que ésta había podido disfrutar y se los entregó. Fue lindo que las comisuras de sus labios se elevaran gradualmente acordé con su edad.
Una vez entregados, Ihita volvió a mostrar una severa expresión en su rostro, cruzó los brazos y adoptó una postura solemne, por lo que Enya enderezó lentamente su postura sentada y sonrió amablemente.
Enya quería que Ihita viniera a pasar el rato más a menudo sin temor a Tarhan ni a ella.
—...Es acerca de la hija del líder de Perugia. No la conoces todavía, ¿verdad?
No pudo evitar que su rostro se endureciera en un instante ante las palabras de Ihita que salieron con tos seca.
La hija del líder de Perugia.
Enya volvió a sentir un dolor agudo en el estómago. Sabía que tenía que ver más con sus emociones que con su cuerpo.
Recordaba vívidamente la espalda de la mujer pelirroja parada junto a Tarhan. La imágen de ellos de pie como si estuvieran en armonía se convirtió en un recuerdo incómodo que la atormentaba varias veces al día.
Sus extremidades temblaron ligeramente, un escalofrío recorriendo su cuerpo repentinamente.
—Esta mañana la hija del líder de Perugia reunió a todas las mujeres de Aguilea. Dijo que tenía algo que decir en nombre de Perugia.
Enya abrió mucho los ojos, sorprendida por la situación totalmente inesperada.
—Nunca había visto a una mujer tan fría y ruda. Tan pronto como nos vio, dijo que ella era la hija de un líder y nos pidió que fuéramos corteses con ella y con las demás mujeres de Perugia que había traído consigo.
Ihita le contó lo que había sucedido fuera, como si a ella misma le pareciera ridículo lo sucedido.
—La boca de esa mujer es atrevida. Cuando preguntó quién era la esposa del sublíder, Serbia se adelantó y explicó la cultura de Aguilea, y esa mujer dijo que, tal como habían escuchado, éramos una tribu con hábitos realmente salvajes.
Cuanto más pensaba Ihita en ello, más enojada se ponía. Continuó cruzada de brazos.
—Tenemos que convivir constantemente con Tarhan durante las reuniones porque realmente no podemos evitarlo, todos dicen que debemos entender o algo así, pero esta mujer fue demasiado arrogante el día de hoy. El solo tener que escucharla fue realmente desagradable.
Enya escuchó de la situación con un rostro desconcertado. Bastaba con escuchar lo que había pasado para inferir era una mujer de un carácter formidable.
Entonces Ihita miró cuidadosamente a Enya y agregó.
—Entonces preguntó dónde estaba la esposa de Tarhan.
Enya sintió que sus órganos eran drenados de su cuerpo en un instante. Preguntó a Ihita.
—¿E-Esposa de Tarhan…?
—Sí. Entonces, cuando Serbia respondió de inmediato que Tarhan no tenía esposa, hubo una expresión extraña en su rostro. Debió haber oído que Tarhan tenía una mujer con la que había estado viviendo durante años. Entonces les dijo que te llamaran.
Enya miró a Ihita, anonadada. Ihita se encogió un poco de hombros y se rascó la nuca.
—...También preguntó si tenían hijos y, de ser así, cuántos eran.
Cuanto más pensaba Ihita en ello, más asombrada estaba.
—Cuando decidió venir aquí, se enteró de esto y aquello de Aguilea, por lo que sabe que no importa cuánto tiempo hayas vivido con él, no se te reconocerá como su mujer si no le has dado un hijo. Qué cerca estábamos. Es por eso que esas mujeres…
Ihita gruñó.
Enya se sintió miserable y preguntó a Ihita.
—Entonces… ¿ Qué pasó después? ¿Qué dijo Serbia?
—¿A qué te refieres? Es bastante obvio imaginar la relación que tendrán esas dos. Sus ojos eran bastante feroces cuando dijo que pronto sucedería a Serbia como esposa del líder altribal. Fue como ver a dos leonas peleando por su territorio.
Enya se sintió mareada y se frotó la frente.
Pudo ver cómo se habían desarrollado las cosas sin necesidad de haberlo presenciado.
¿Qué habría respondido Serbia?
La mujer que había estado ocupando la cabaña de Tarhan durante más de diez años era tan inútil que ni siquiera había podido darle un hijo a Tarhan durante todo ese tiempo. Sin embargo, se aferraba a su cabaña como un parásito y seguía viva dependiendo de él. Esas debían haber sido más o menos sus palabras.
Traducción: Claire